La naturaleza se comunica con nosotros

Abrirse a la sabiduría de la naturaleza permite aprender de maestros como los árboles y las plantas, pero también sentirse parte de algo más grande que uno mismo.

La naturaleza te habla: ¿sabes leer sus mensajes?

Hubo un tiempo en que el ser humano poseía la capacidad de leer los versos más prodigiosos y hermosos que se han escrito nunca, versos existenciales diseminados por todo el universo, donde suceden las obras de la naturaleza. Signos, ecos visuales, sonoros, símbolos escritos en el horizonte y en el corazón de quien se abría a recibirlos.

El asombro, esa cualidad de la inteligencia que sucumbe ante la belleza de un mensaje de la naturaleza y se convierte en una pregunta sobre la maravilla, permitía a los pueblos originarios, naturalmente contemplativos, alcanzar la visión real de un cosmos conforme a una ley basada en la armonía entre las partes y el todo.

«El asombro permitía a los pueblos originarios alcanzar la visión real del cosmos.»

Sabían leer el gran libro de la naturaleza, que era, en algunas cosmovisiones, una diosa poderosa que tanto amamanta a sus hijos con la abundancia de sus frutos como los destruye cuando suelta la lava de un volcán.

La naturaleza es benéfica cuando su lluvia fertiliza y es terrible cuando lo anega todo en cenizas tras un incendio provocado por un rayo. Su enseñanza suprema es revelarnos que en esa naturaleza dual de creación y destrucción hay un eje que armoniza los opuestos, que une el cielo y la tierra, el espíritu y la materia.

Es posible vivir conscientes en medio de esta paradoja divina, porque la naturaleza no está muda. Tiene significado y sentido, es un lenguaje vivo y espejo del espíritu que podemos recuperar si cambiamos nuestra mirada.

La naturaleza nos susurra y nos cuenta historias sobre nosotros mismos. Solo tenemos que conectar con ella. Fundirnos con ella siempre que podamos. Ir a la montaña, al mar, incluso a un parque con árboles.

Cuando vemos a los animales en libertad o a nuestros propios compañeros de vida: los perros, gatos… algo nos susurra desde lo más profundo de nosotros mismos. Somos vida todos y cada uno de nosotros.

Me gustaría dejar aquí unas pinceladas de esa sabiduría que permite a algunos pueblos llevar una vida buena, aprendiendo a cada instante a leer y ejecutar sus enseñanzas. Transmitir que para poder ver hay que apaciguar el estrépito de nuestra mente acelerada e hiperestimulada.

«Para poder ver hay que apaciguar el estrépito de nuestra mente acelerada.»

Aprender a escuchar sus mensajes

Hay que adentrarse en la naturaleza en el silencio del que peregrina hacia su centro y soltar los relatos agitados que se vuelcan hacia el pasado o hacia el futuro, abrir ese tiempo eterno del presente en el que un tumultuoso arroyo de montaña puede dejarnos ver la fuerza del cielo cuando se derrama para fecundar la tierra entera.

Contemplar la naturaleza es devolver la dimensión sagrada a la sabiduría de la tierra y aprender a escucharla. Se trata de comprender con el cuerpo que la constancia rítmica de la ola que arriba a la orilla y la constancia rítmica del corazón para orquestar la sinfonía de nuestra vida diaria tienen una poderosa similitud.

Quizá sea porque el palpitar rítmico de la ola, del corazón de un océano, no está sucediendo fuera, sino que también dentro mio, más allá de mi pequeña idea de quién soy yo. Solo hay un cuerpo y yo soy una de sus células.

Estamos unidos al planeta

El planeta eres tú

Los árboles como maestros

Toda la creación es un lenguaje secreto a voces, una escritura preñada de símbolos. Todo en la naturaleza puede ser un maestro circunstancial, todo me habla y repercute en mi fuero interno si voy abierto y despierto.

Entre esos maestros destacan nuestros «hermanos de pie», los árboles, y por eso muchos pueblos obtenían su saber del bosque, y sabían, como ahora sabe la ciencia, que acumulan experiencia de lo vivido.

A los árboles su memoria les permite ser resilientes y resistentes, y sus troncos son un poema legible de vientos huracanados, sequías imposibles, rayos que hienden su corteza para revivir por otro costado. Los ejemplares más longevos y fuertes del planeta son los que más pruebas han atravesado.

«En la naturaleza todo repercute en mi fuero interno si voy abierto y despierto.»

abrazar arbol

Conecta con la sabiduría de los árboles

Sus raíces son miles de cerebros coordinados en sus ápices. Buscan la dirección más adecuada en lo profundo de la tierra para alcanzar los nutrientes necesarios y redistribuirlos en la red del bosque, en esa unidad mayor que trasciende a cada uno de los individuos.

Son la enseñanza primordial del arraigo fundamental necesario para estar bien plantados en la tierra y alcanzar el cielo con sus ramas, tal como enseña el chikung, pues un árbol sin raíces, en su doble acepción energética y de los ancestros, cae ante cualquier viento huracanado.

Aprender, también, de su maestría en el bien común. Los ejemplares sanos llevan alimento a los más envejecidos y a los jóvenes, pues no se conciben como entes separados sino como un interser que no es más que aprender la caridad que en la sociedad actual hemos perdido de nutrir a los más viejos, y es a través del amor que se transforman las cosas.

Recuperar la relación sagrada con la naturaleza requiere una segunda inocencia que haga brotar el asombro y el amor. Solo si miramos con amor el puente aparece, porque entonces esta Tierra se abre como un libro abierto, como el cuerpo de un amante al acercarte con anhelo de unión. Afinar la percepción para que el infinito se dé luz a sí mismo.

Allá donde miramos brota la enseñanza más allá de lo visible. Tras la apabullante belleza de las flores de loto, se esconde el lodo. Lo secreto, lo oscuro, la noche es también necesaria para que se exprese la belleza que nos conmueve. El lado en sombra de la montaña nos fortalece, hay un secreto en el frío y no debe ser rechazado por el desagrado primero que nos produce.

Un incendio en un bosque libera un nuevo ciclo de vida por atroces que nos parezcan las llamas. El sufrimiento por la pérdida de un amigo abre una herida en el alma por la que la luz de la comprensión pasa, produciendo cambios en la forma de entender y vivir la vida que hubieran sido imposibles sin ese dolor de la pérdida.

Todo lo que perdemos cuando destruimos la naturaleza

La desaparición paulatina de los hermanos del bosque, los árboles, de especies enteras de anfibios, de aves, precipita una cascada de consecuencias que nos afecta.

Con cada especie que se pierde, desaparece un modo de conciencia, y el oído del corazón se duele. Desaparece el gorrión, con sus saltitos infantiles y esa ligereza de pluma que alegraba la vista a quien la alzaba a los cielos. Y desaparece la golondrina, cuya llegada anunciaba esa verdad que la primavera imprime, en nuestros corazones, de que todo resucita.

Ni el gorrión ni la golondrina nos cuentan ya sus secretos. Solo si amamos protegeremos y realizaremos el sacrificio que la tierra nos demanda, una simplicidad radical que confía, erradicando el ansia que corrompe la tierra.

«Solo si amamos protegeremos y realizaremos el sacrificio que la tierra nos demanda.»

Todo fenómeno, por diminuto que sea, nace de una noche, un vacío o una matriz, madre de todo. Un grillo que estridula será, para un campesino, el aviso del tiempo de mañana y organizará las faenas de la tierra gracias a su sabio oráculo. Para un biólogo será el canto alegre que atrae a su pareja. Y para un místico será el recuerdo del misterio insondable que todo lo penetra.

El destino se va desenvolviendo ante nosotros, como se desenvuelven las estaciones, emergiendo circunstancias sucesivas como olas poderosas llenas de invierno u olas mansas como pétalos de rosa. Olas que aparecen y desaparecen, muertes y nacimientos continuos, pero desde nuestra atalaya, desde el ojo de nuestro corazón podemos entrever que es el océano el que orquesta sus idas y venidas.

Al posar, entonces, nuestra atención en el océano, en el silencio, en la matriz de la vida, una cascada de dicha y lucidez extrema nos libera de las consecuencias que siguen a las causas y nos volvemos espectadores privilegiados de su danza, tan ecuánimes como dichosos. Ante el milagro del equilibrio entre los opuestos, entre las dos orillas de nuestra doble naturaleza.

Una sencilla práctica de atención:

Camina por la playa, la montaña, camino al trabajo, en casa… lleva tu atención a tus pisadas y sensaciones corporales mientras caminas. Levanta un pie y luego otro, y céntrate en las pisadas, solo en ellas.

Después… en los sonidos que te rodean en la brisa del viento sobre tu rostro. Si nos acompaña alguien o nuestro perro, hazte consciente de ello, del sonido de sus pisadas y de las tuyas. Del lugar en el que se encuentran, si hay árboles, mar y arena o coches.

Esto es mantener la atención en el momento. Ser consciente de dónde estás y lo que haces, de lo que te rodea, y dejar de vivir este tiempo en ti.


Te invito a conectarte con la naturaleza, escuchar sus mensajes, disfruta del cielo, de las nubes, del sol, del rocío, de la lluvia, del canto de los pájaros. Déjate sorprender por todo lo que la vida quiere ofrecerte un día más.

Tich Nhat suele decir: “Camina como si estuvieras besando la tierra con tus pies” Siente tu conexión con la tierra a cada paso que das, siente como interactúas con ella. Conectar con la naturaleza es conectar contigo. Estamos hechos de los mismos elementos y vamos creciendo y renovándonos en cada estación.

“Si sirves a la naturaleza, ella te servirá a ti”.

Por tu éxito y el mío

Martha

Bibliografia

Rafaela Carmona

Cuerpo mente

Beatriz Calvo Villoria

Semillas solares